Quedé particularmente anonadada al ver los videos del debate que se dio en la Tadeo el 3 de febrero. Uribe fue interpelado por una mesa de académicos, de mentes agudas y bravas, que no se midieron ni en la fuerza ni en la precisión de sus preguntas: "¿por qué un hombre de su prestigio y de su impresionante credibilidad política [...] aceptó cogobernar como parte de su coalición política con 9 de cada 10 parapolíticos?", preguntó Claudia López; José Fernando Isaza le dijo que "el 58 % de Colombia cree que la oposición no debe tener derechos", y preguntó si en esos casos rige el estado de opinión o el estado de derecho. De todo esto Uribe salió ileso y con aplausos, y sin contestar nada en realidad.
Habló de hechos, aunque no especificó cuáles, se hizo autopropaganda: "se necesitó que llegara este gobierno para que se develaran estos crímenes", "todo es anterior a mi gobierno, mi gobierno no ha sido indulgente con nadie", y coronó con un clásico, el "no se ofusque" pues es muy poco decente que alguien que no sea él se exalte.
El formato de defensa en el debate de Uribe es clarísimo: primero, apelar a la mala educación del oponente, como si los modales tuvieran más importancia que el debate; segundo desviar ese debate con argumentos ad hominem e intercalarse entre el papel de víctima y de salvador, porque claro, antes todo era peor. Eso, salpicado de "cercanía al pueblo" es decir, español chabacán, ha sido la fórmula estrella de este gobierno. Gracias a este formato, casi sin excepción, el atacante se termina defendiendo de Uribe, que se agarra a la palabra como un león.
No es extraño entonces que sus seguidores quieran imitar no solo sus ideas sino también sus estrategias discursivas. Andrés Felipe Arias nos dio esta semana una oportunidad perfecta para evaluar qué tan buen alumno ha sido: se enfrentó a Daniel Coronell en vivo, en la F.M., el 8 de febrero a las 6:06 am.
Dio pesar ver a Arias tratando de defenderse de Coronell. Probablemente no habría aceptado hablar con él de no haber sido por la encerrona de Vicky Dávila. El cuento era que Coronell, en su columna de Semana, acusaba a Arias de triangulaciones y triquiñuelas para financiar su campaña, con documentos de prueba, que pueden verse en la página web de la revista. Arias, como su maestro, decidió no responder directamente a la acusación del periodista y trató de desviar el debate acusando a Coronell de otra vaina, en este caso, de hacer un aporte a la campaña de Noemí en el 2002. Coronell lo negó, Arias dijo que tenía pruebas, y por internet anda rodando un papel en el que Coronell le da $728,037 a la campaña de Noemí, lo que, de ser cierto, no sería un crimen.
Coronell evidenció el truco, le dijo mentiroso, lo interrumpió, hasta logró que Arias especulara que el documento con que acusaba a Coronell podía ser falso. Así como Uribe le dijo a Natalia Springer "no se ofusque, permítame que usté ha hablao.", Arias le dijo a Coronell "calmese hombre que no le queda bien ese despliegue de furia ante los oyentes", y a eso se limitó su defensa porque lo repitió una y otra vez. Como si fuera poco, el debate comenzó con Arias cabizbajo, diciéndole a Dávila que Coronell tiene una ventaja porque "tiene su columna y él la usa" lo que solo puede ser risible en un país donde la pluma nunca ha sido más fuerte que la espada.
El argumento más fuerte de Arias fue tal vez el que afirmaba que todas las acciones de Coronell se debían al "odio que le tenía al presidente" a lo cual Coronell respondió que el interpelado aquí no era Uribe, sino él (Arias) y eso dejó claro que cuando Uribe dice "nosotros", se refiere a él mismo, mientras que cuando Arias dice "nosotros" también se refiere solo a Uribe.
Aquí es cuando uno dice ¡la fotocopia destiñe! Arias, al lado de su maestro, se ve realmente como un pequeño saltamontes, como un insecto brincador, y no entiendo como alguien así quiere darle continuidad a un gobierno cuyo poder reside en el carisma escénico de un presidente. Carisma que Arias no tiene.