lunes, 26 de mayo de 2008

Una toalla

¿Qué convierte una marca, como Coca-Cola en un ícono? Douglas B. Holt, en el Harvard Business Review, en febrero del 2004 dice que las grandes marcas que se han convertido en símbolos de la cultura norteamericana lo hicieron porque notaron unas necesidades, una serie de angustias en el pueblo consumidor y construyeron un mito. Lo que vende el ícono de una cultura es el mito, de esta manera, querer ser cool, relajado, sociable, joven y encontrarse una Coca-Cola es como juntar un yesquero con pólvora.

Para construir un ícono de la cultura pop hay que apuntar a las contradicciones nacionales, es decir, el ícono de la cultura pop contradice la posición regente en la cultura hasta que se gasta y se convierte el mismo en la posición regente. Los íconos no imitan la cultura popular sino que la lideran, entregan mitos que “reparan” la cultura como el que tuvieron las FARC en sus comienzos. Otra condición importante según Holt es tener una voz rebelde; para articular un desafío creíble y populista a la ideología nacional, las marcas ícono se valen de personas que de verdad viven de acuerdo con unos ideales alternativos y después les piden prestados su ropa, su lenguaje, su estilo de vida.

Tirofijo, se muere viejo, como Elvis, y los medios concretan, en un fin de semana, una iconografía de la guerrilla de las FARC que se venía construyendo hace rato. Tirofijo encarna ahora a esa vieja guerrilla, la idealista, la de verdad, y El Espectador en su editorial de hoy lunes 26 de mayo da la puntada final a la construcción del ícono, el epíteto: el guerrillero más viejo del mundo.

Toda la persona de Tirofijo reúne las características de un ícono, desde la leyenda de cómo se bajó un avión de un solo tiro hasta el fashion statement de la toalla. Audrey Hepburn reinventa el vestido negro de la misma manera que Tirofijo reinventa la toalla al hombro, que hoy, es un icono pop, un objeto político que representa a las viejas guerrillas latinoamericanas venidas a mal. ¿No? Pues este es el discurso que se maneja en el New York Times que lo llama una figura mítica colombiana. La muerte de Manuel Marulanda lo pone en el imaginario mundial como el epítome del líder de guerrilla latinoamericano, bajito, grueso, callado, respetado, con un machete al cinto y uniforme camuflado, figura que sin duda se convertirá en un arquetipo y se repetirá en la literatura, el cine y la televisión.

Ahora que Tirofijo ha dejado de ser una persona viva para ser un símbolo, una idea, una foto, un recuerdo, una toalla, es difícil saber qué finales semánticos tendrá su imagen; si cohesionará o dispersará a la insurgencia, si beatificará o satanizará a las FARC. Lo que podemos decir es que ya es una imagen de la cultura pop y se volverá una figura obligada en el imaginario de las futuras generaciones. Una toalla nunca volverá a ser una toalla.

Sara, Lynne y Candy: Dos parte II

Sara, Lynne, Candy, tres chicas le cuentan a MTV porqué se quieren operar las tetas. Sara es una stripper en Las Vegas, vive con una lesbiana travesti, quiere ponerse implantes para ganar más plata. Se queja además de que las tiene caídas (es cierto) y a su novia le preocupa que la deje cuando sea más atractiva pues Sara de por sí ya es una coqueta que dá miedo, de ahí parte su éxito profesional. Uno la detalla y es muy fea, barata, masculina, pero la montan en una tarima junto a un poste y se transforma.

Candy es de una raza indefinida pero tirando a negra. Vive con su hijo y su exnovio (el papá del niño) que opina con demasiada autoridad para creerles que no están juntos. Candy se quiere quitar, nos anuncia, y la cámara baja como para asentir con ella. Todos le dicen, obviamente, que no lo haga.

Lynne es una niña bien con cara de Barbie, toda una damita con cuello de tortuga y pantaloncitos de pana. Se quiere poner porque es muy plana tanto en su pecho como en su personalidad.

El documental es bueno, no toma posiciones radicales y la edición está muy bien hechecita. Yo no quiero tomar posición. ¿No? Pues me salgo de las cobijas, me siento, me paro por un vaso de agua, vuelvo, voy a mirarme al espejo, me regreso. Siento que mi útero se contrae como una uva pasa, sobre todo en las escenas de las cirugías y el post operatorio.

Esto que acabo de describir es mi cuerpo empatizando con las imágenes que veo en televisión. Esa posibilidad de conectarse corporalmente con una imagen es una de las cosas que tanto le sirvió al cristianismo cuando nos brindaba un dios humano, cuyas heridas bastaba ver en los cuadros más realistas para sentir punzadas en las muñecas.

Pero no se trata solamente de eso, tal vez lo que más me angustia es que estas tres mujeres, de distintos estratos y estilos de vida, coincidan en el argumento de que quieren que la ropa se les vea mejor, y concluyen tener una mejor autoestima después de operarse.

No es que las esté criticando. Creo que todas las mujeres hacemos el raro silogismo de “si me veo bien la ropa me quedará mejor, si la ropa me queda mejor seré mas feliz”. Yo también me pregunto si mi autoestima mejoraría sin los pedacitos de carne de más que he encontrado por ahí en mi cuerpo cuando no tengo nada mejor que hacer que revisarme en el espejo.

Esos ratos de ocio de la persona frente al espejo son al mismo tiempo una reafirmación de la identidad de uno, en las muecas, los gestos, el reconocimiento de una imagen que es la única imagen de la cual soy del todo responsable; es también una desarticulación de mi identidad, una fragmentación; digo — podría arreglar mi nariz,— como si mi nariz no fuera parte de mi pie, aunque pensándolo bien mis pies también los podría arreglar.

Puedo llegar a reinventarme del todo. ¿Esa reinvención que vendría siendo? ¿Una catalina 2.o?

No puedo evitar preguntarme por qué Lynne, Sara y Candy se ven tan felices. Hay una parte inmaterial de su salud que mejoró con la operación, modelaron su subjetividad. El yo contemporáneo tiene esta posibilidad, su subjetividad es intrínseca a su experiencia, su experiencia viene de su cuerpo, cuando la corporalidad cambia todas las variables de su subjetividad cambian (de ahí el miedo al abandono que le dio a la novia de Sara) porque el cuerpo, además de ser una masa modelable por la medicina actual, es con lo que se construye la interacción social humana.

Sara es contratada en un club de striptease más caro y elegante ahora que sus habilidades han cambiado de copa y está muy feliz. Candy cuenta como todos sus conocidos le dicen ahora que se ve muy bonita, que si se ha adelgazado. Lynne se va de compras. Tal vez la angustia que siento viene de mi cuerpo diciéndome que no lo corte y que no le haga nada. Mi cuerpo con todos esos pedacitos de más se resiste a ser recortable.

martes, 20 de mayo de 2008

Dos

Todo lo que una mujer diga siempre estará, literal y metafóricamente, precedido por sus tetas. Esta afirmación es tan escandalosa como es cierta. Una mujer no es un cerebro solamente, un conjunto de argumentos. Una mujer no puede ser separada de sus tetas. No se puede hablar de una identidad mujer, devenir mujer, sin contraponer esto a una identidad hombre. Siempre que algo se amarra en un concepto o se hace una tipología lo que se termina haciendo es una caricatura, así que irremediablemente lo que voy a decir a continuación no es propiamente cierto, es solamente una perspectiva, una visión de cómo se podrían dar las identidades hombre-mujer.

Una cosa es ser una mujer y otra cosa muy diferente es pensar como una mujer. Es evidente que la semántica de la segunda proviene de la primera, que no se puede desligar el pensamiento femenino del el hecho material de ser una mujer, pero no se puede pensar el pensamiento-mujer como mejor o peor o radicalmente excluyente del pensamiento hombre porque el discurso se vuelve fácilmente machista o feminista. Por eso cuando digo mujer, no me refiero a la vecina, a usted, a su esposa, me refiero a que hombre y mujer se pueden entender como dos modelos de pensamiento que se contraponen y que aunque suelen coincidir con el sexo, no necesariamente.

Para ponerle nombre a la cosa voy a empezar por hablar de mis abuelos, Anselmo y Marta. Marta es la mujer más mujer que conozco y mi abuelo Anselmo el hombre más hombre que conozco. Mis recuerdos de mi abuela están todos asociados a mis sentidos, el taconeo singular de cuando llegaba de la calle y los perros ladraban a saludarla, el perfume demasiado fuerte para mi gusto, el olor a pintalabios rojo, rosado o fucsia. Mi abuela olía un poco a ají de cocina, a tinte de pelo, con sus grandes tetas precediéndola, hizo todo lo que hizo a lo largo de su vida, pero nunca nunca fue alguien separado de sus tetas. Aquí es cuando las feministas saltan porque se proyecta la identidad mujer como identidad objeto pero para mi abuela esto no presenta un problema. Las mujeres son objeto de deseo. Son objetos sexuales. Esa es tanto una tragedia como una victoria privada que tienen sobre los hombres y no hay porque avergonzarse de ello. Las mujeres seducen, encantan, cubren. La seguridad de mi abuela está en el hombre que provee, decide, defiende. La seguridad de mi abuelo está en mi abuela que lo abraza. De estas dos imágenes primarias yo obtengo mis modelos del mundo, como si fueran arquetipos de una mitología y que no se oponen, son complementarios.

El modelo de pensamiento hombre es racional, lineal, exige pruebas, pide resúmenes historias que vayan al grano, puntuales. La mujer parece tener un pensamiento meándrico, que rodea el asunto pero no lo dice, que habla sólo de la contingencia, de la percepción. Como Hansel y Gretel. La solución de Hansel consiste en algo geométrico y lineal, regar mendrugos de piedra o de pan. Solo tiene en cuenta su propio pensamiento, no tiene en cuenta el azahar o la contingencia de los pájaros. No tiene en cuenta lo rico que les debe parecer a ellos el pan. Gretel engaña a la bruja por medio de la percepción. Pasándole huesitos en lugar del brazo de Hansel, y bueno después mata a la bruja despiadadamente echándola al horno (las mujeres son criaturas despiadadas) pero su estrategia de pensamiento tuvo que ver con el engaño. El engaño de los sentidos al que tantos filósofos le temen es, en este modelo mujer, el arma de la que primero se echa mano. De ahí los tacones, el maquillaje, el orgasmo falso, todas esas cosas que las mujeres hacen. Los hombres en cambio recurren a la verdad, a la lógica abstracta. Las mujeres parecen saber que no hay nada menos susceptible de existencia como la verdad, y la posibilidad de que no haya nada cierto no parece asustarlas.

Parece que en su pensamiento se maneja una semiótica surgida de los órganos sexuales. Los hombres levantan la mano como levantan la verga. Rigor, razón, aun en su órgano menos racional hay una cabeza. Lo masculino es todo cabeza. La mujer, en cambio, no tiene nada para levantar, todo lo que levanta es ajeno a ella. La mujer cae, gotea, como el veneno que mata a Julieta o como los polvos mágicos de Campanita que ayudan a volar.

No se trata de que las mujeres dejen de ser objetos. Algunas, que piensan según un modelo masculino, no recurren a su cuerpo Pero las que lo hacen tienen conciencia del poder de la carne, un poder que puede vencerlas o darles una ventaja, según. No se trata de que los hombres dejen de ser sujetos, o dejen de ser racionales. Algunos hombres piensan desde la percepción, los sentidos. Se trata de que estos modelos de pensamiento no sean antagónicos sino complementarios, y de que no sean obligatorios sino optativos. Se trata de que en vez de temer la diferencia, la diferencia se hunda, se cubra, se lubrique, se desprenda, se reorganice, se reúna, renazca como una sola. ¿Una sola? No sé. Habemos algunas precedidas por dos.

Las langostas

Lo que hay que hacer para traer langostas de Tumaco es lo siguiente: primero, hay que tener un buen contacto, alguien pilo, que haga la vuelta, que se vaya al mercado y consiga las mejores y que también consiga una neverita con hielo y las empaque bien. Esta vuelta no es muy cara ($15,000), pero es la más importante. Lo siguiente es buscar una aerolínea que traiga en su servicio de carga las langostas en un día.

No hay vuelos directos de Tumaco a Bogotá, Satena hace escala en Cali y en Medellín, y Avianca hace escala en Cali, así que esta es la mejor opción. Mandar algo por Avianca vale $26.000, siempre y cuando no pase de 17 kilos.

Hay que hacerse amiga de la recepcionista en Tumaco y de la del puente aéreo en Bogotá para que estén pendientes del paquete, y hay que tener en cuenta decir ‘langostas’ muy rápido y con una entonación que les haga pensar que son de plástico, porque a veces les da por no dejar viajar bienes perecederos y mucho menos mariscos.

Hay que llevar las langostas al aeropuerto entre 7:00 y 8:00 A.M. y preguntar por Wilson Quiñones, que las recibe, pero solo hasta las 8:00, a las 8:10 ya no. Llegan a Bogotá a las 12:30y hay que ir a recogerlas al aeropuerto.

Cada langosta vale máximo 15 mil pesos, entonces digamos que traer dos langostas vale: los 30 de las langostas, más 15 del ‘contacto’, más 10 de la neverita y el hielo, más 26.000 del envío, más lo del bus o taxi al aeropuerto, o sea que por ahí hay que tener 90.000 pesos listos y mandarle la plata al contacto por Servientrega.

La mejor manera de prepararlas es hervidas, 15 minutos, y después echarles mucha mantequilla; tal vez un poquito de romero si uno quiere que la casa huela a lo que muchas revistas llaman ‘Mediterráneo’. En realidad son un plato descrestante y muy fácil de preparar.

Las langostas estaban deliciosas, tal vez por eso no hablamos durante la comida. Salimos a tomar aire. Había un irritante cielo estrellado que nos cubría en la terraza. Yo callada y tú callado, vimos un par de gamines pasar por la acera de enfrente. Iban borrachos. Uno de ellos besó al otro, el otro se lo quitó de encima y el amante salió corriendo.

Tú prendes un cigarrillo y lo apagas.

La serpiente

Se siente como estar volando,
no por la ligereza
sino por el hueco,
por donde pasa el aire,
con una corriente fría que me hace doler la espalda.
Tengo miedo.
El mundo es como un bus sucio
lleno de pulgas.
Del mundo me defiendo contigo
tu piel, aunque suave, es más dura que la mía.
Luchar en la vanguardia me perfora...
Tal vez,
si tuviera



escamas.

jueves, 15 de mayo de 2008

Autogol

Los colombianos estamos acostumbrados a llorar sobre la leche derramada, o ¿quién no recuerda ese autogol que nos costó el mundial del 94, cuando teníamos ‘el mejor equipo’, el que había logrado el 5-0? A pesar de ser tan buenos rumiando errores no tenemos muy presentes los que nos han costado más caro: nuestra pérdida de territorios. Además de Panamá hemos perdido espacio en el golfo de Venezuela, los llanos, la selva amazónica, el mar Caribe, en fin.

La ciudad de puerto Carreño, capital del Vichada, es un pueblito con calles de tierra roja. El aeropuerto de la ciudad de Puerto Carreño es en realidad una casita. Todo el pueblo parece tragado dentro de la inmensidad del llano. Caminar hasta el hotel asombra al citadino, quien hubiera pensado que no hay una ciudad en Colombia sin un Crepes & Waffles. La comida gourmet se compone, más que nada por los congelados de Kokorico, que cuestan el doble y se venden en el restaurante más gomelo del pueblo. Sólo podemos imaginarnos lo difícil que es transportarlos siendo que sólo hay un vuelo de entrada y de salida a la semana; los miércoles, y que sólo hay una línea de buses que llega hasta puerto Carreño, siempre y cuando el clima lo permita.

En esta tierra el horizonte parece un poco más bajo que el punto de fuga. Desde una lomita que parecía ser el sitio más alto en los alrededores se puede ver esa intersección del río Meta y el Orinoco que aparece en los mapas en la esquina de Colombia. Quién iba a saber que realmente se puede llegar hasta los confines del país, quién se iba a imaginar que en ese vértice está una banderita vieja que no ondea (tal vez porque el viento de la soberanía nacional no llega hasta allá).

Las fronteras colombianas son espacios marginales y deshabitados, sobre todo por el gobierno, situado 2600 metros más cerca de las estrellas pero terriblemente lejos de todos los bordes del país. Después nos estará pesando la perdida de estos territorios porque por ley de Murphy, quien los gane encontrará petróleo, la cura para el cáncer o un deportista ganador de medallas olímpicas. Y entonces diremos, -ah, pero originalmente era colombiano, qué orgullo.

Definitivamente no es un problema de presencia militar, es un problema de que el resto del país conozca realmente sus fronteras, de que haya una presencia cultural en la periferia porque para muchos de estos rincones, ser parte de la Nación no representa nada. Por eso perdimos Panamá, porque los panameños nunca pertenecieron a la ‘Nación’: nada los hacía sentirse parte de lo que pertenece a ‘todos’ los colombianos, por encima de lo que nos divide.

La palabra clave es sentir, porque el sentimiento de Patria, de Nación, no está en un papel, es algo que se siente, se lleva por dentro, y no, no es ponerse una camisa nergra y decir: Colombia es pasión Se refiere de cierta forma a lo que los gringos en su caso llaman el “true american”, y nosotros gracias a nuestra xenofilia, podríamos llamar el “true colombian”, y chantarle al lado, como a todo, un dibujito de Juan Valdés, que es un claro ejemplo de que somos un país centralista.

Lo peor del asunto es que la globalización, y la internet, estimulan la pérdida de identidad nacional, y si no nos preocupamos por abrazar estos territorios como parte integral de Colombia, y no sólo como un destino exótico, pronto estaremos en el mismo lugar que cuando perdimos Miskitia y las Islas Mangle. Cuidar las fronteras es como cuidar una relación, hay que quererlas, cuidarlas, consentirlas, incluirlas. No hacerlo es un descuido que puede terminar en autogol.

Yo no creo en las brujas

Últimamente resulta más y más común que la gente acuda a homeópatas para solucionar sus problemas físicos y mentales, y muchos dicen que les funciona, sobre todo después de quejarse de las demoradas filas de la EPS, el trato impersonal del médico y la falta de resultados.

En el 2005 la prestigiosa revista científica Lancet publicó un artículo diciendo que los efectos de la homeopatía no superaban a los del placebo. A falta de pruebas fehacientes los científicos se inclinaron por creer que la efectividad de la homeopatía se debía al buen trato del médico al paciente. Cuando la BBC hizo un reporte sobre esta investigación en agosto del mismo año, el foro de internet se llenó de defensores de la medicina alternativa que daban ejemplos puntuales de cómo los había curado. De hecho, un médico de Venezuela, el doctor Henry Pasos, contó como habían notado una gran mejoría en los pacientes de su centro al usar lo que él llama ‘medicina complementaria’, en la que se incorpora la homeopatía con la medicina tradicional. Los experimentos no habrán probado la efectividad de la homeopatía pero esta disciplina parece ganar cada vez más adeptos. ¿Por qué?

Los resultados de la investigación y de la práctica homeopáticas se publican en revistas específicas o de medicina alternativa, como Homeopathy, rara vez en publicaciones médicas o científicas generales. La teoría de la homeopatía sostiene que los mismos síntomas que provoca una sustancia tóxica en una persona sana pueden ser curados por un remedio preparado con la misma sustancia tóxica, siguiendo el principio enunciado como similia similibus curantur (‘lo similar se cura con lo similar’). El concepto homeopático de enfermedad difiere del de la medicina convencional: considera que la raíz del mal es espiritual en vez de física, y que el malestar se manifiesta primero con síntomas emocionales (como ansiedad y aversiones), pasando a ser, si no se tratan a tiempo, síntomas mentales, conductuales y por último físicos.

Ir a un homeópata toma más o menos hora y media en la primera cita. Después de preguntas preliminares, una historia clínica clásica- ¿diabetes en la familia? ¿peso? ¿edad?- empiezan a aparecer preguntas sobre cuándo aparece el dolor, qué conexión hay con el entorno, ¿duele la cabeza en la frente, en el costado, por la noche, los fines de semana? Toda una serie de preguntas sobre la contingencia que parece que los científicos de la Universidad de Berna, donde se realizó el estudio, pasaron por alto.

A falta de éxito en estos experimentos regulados sólo queda pensar que la gente que defiende la homeopatía sufre de un delirio parecido al de la religión o de la fe en el yerbatero. Las goticas de esencias florales semejan las pócimas de las brujas que claro, no existieron, a pesar de que mataran a tantas. Si creer en estas cosas parece irracional, lo racional parece reduccionista porque pone a nuestro cuerpo al mismo nivel de una máquina, y bueno, aún los mecánicos le hablan a los carros.

¿Por qué afirma la gente que sí se cura? ¿Porque hubo un efecto placebo? ¿En tal caso, qué tanto importa si el método es un placebo si al final el resultado fue positivo? Cabría también la posibilidad de que esos 80 minutos extra de consulta tengan un efecto psicológico positivo en el paciente o le permitan al médico un mejor diagnostico. Finalmente podríamos pensar que la homeopatía sí funciona.

Disney y Mc Donalds le dicen a los niños que hay que creer en la magia para que realmente exista. Esto básicamente invierte la premisa del positivismo que es que para creer en algo tiene que existir de verdad. Igual, a pesar de esta premisa positivista y el horror que puedan producir estas empresas insignia gringas, parece que hay gente por ahí resolviendo sus problemas con goticas, y bueno, no es la primera vez, la historia de la medicina está plagada de curas ‘alternativas’, uno no las cree, pero de que las hay las hay.

Mi cyborg me ama, mi cyborg me mima

Antes que hacer un elogio a la hija, esposa, amiga, mujer que son las madres, el segundo domingo de mayo nos sirve para pensar en qué es lo que significa una madre hoy. Una vez desentumecido el cerebro del ajiaco familiar podemos darnos cuenta que el imaginario que tenemos, pasado de moda y cincuentero, es de esa madre bajita, gordita, buena, que llorará de la emoción si le traemos un trío. Los almacenes de cadena enloquecen con sus ofertas en productos femeninos, ropa, zapatos, electrodomésticos, ‘cosas para el hogar’ que sin duda alegraran el día a ‘mamá’, y si bien muchas estarán felices otras nos pedirán (con dulzura, claro) que repensemos esta idea de lo maternal que ya no satisface al mundo moderno.

Donna Haraway, una reconocida feminista, habla del concepto de cyborg. Un cyborg es un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción. La idea aunque tiene mucho que ver con la ciencia ficción no se puede relegar a Isaac Asimov ni a películas serie b, porque está más cerca de lo que creemos.

Los avances en la fertilización in vitro han dado razones para celebrar a muchas mujeres que antes no podían tener hijos. Estas madres, que han disparado la población de gemelos y trillizos, no hacen parte de la idea de mujer que es toda fertilidad y naturaleza, el óvulo fértil que espera al esperma. Los óvulos de estas mujeres salieron a buscar, por medio de máquinas, lo que no iban a conseguir solitos, y fue su tesón y no su cuerpo lo que las hizo dadoras de vida. No estaría de más, de todos modos, pasarle una tarjeta al médico que la fertilizó en este, que ahora también es su día.

Por otro lado están las madres adoptivas, sustitutas, putativas. Los vientres alquilados que aunque no tienen hijos propios tal vez apreciarían una invitación a almorzar. Las madres-padre de las parejas gay (que pueden pedir regalo en junio también), las madres mamacitas del especial de revista de variedades que nadie sabe cómo conservaron sus cuerpos (¿mucho ejercicio y una buena guardería?) y todas las madrastras que en una época un caso raro y temido y hoy hacen parte integral de familias cualquiera.. Ni siquiera la madre naturaleza se salva, hoy en día la mayoría de los productos comestibles en el mercado estadounidense son lo que se llama GMO, organismos genéticamente modificados.

La idea de madre ya no puede estar intrínsecamente ligada a la idea de mujer, ni siquiera a la idea de naturaleza. Sobre todo cuando la comunidad científica ya sabe que están a un paso de crear el primer organismo sintético, vida sintética, que parece un oxímoron, y que aún así no lo es. La ciencia ficción no está tan lejos y los cyborgs de los que habla Haraway van desde nuestros sueños más extravagantes a todos aquellos cuya vida depende o dependió en algún momento del avance de la ciencia, de la máquina, del tubo en un laboratorio.

La política que propone la figura de los cyborgs es la lucha por el lenguaje e ir encontra de la comunicación perfecta, contra el código que traduce a la perfección todos los significados, el dogma central del falogocentrismo. Falogocentrismo que dice que madre sólo hay una y que corre a abrazarla antes de que el año se acabe. Lo que el mundo contemporáneo nos pide es replantearnos esta imagen de mujer que tenemos, del ‘ángel del hogar’ porque aunque puede que el día de la madre no se acabe pronto, las madres que celebramos cambian todos los días, y no todas estarán contentas con el súper combo de plancha nueva, ajiaco y serenata trío.