SAPERE AUDE!, ES UN GRITO DE BAtalla. Tal vez no es tan pegajoso como ¡Adelante presidente!, pero es mucho más útil.
La expresión es de Kant y significa: “atrévete a servirte de tu propio entendimiento”. Kant, no era adepto de las revoluciones sudorosas o de las marchas, de hecho, él difícilmente salía de su casa, pero muchas veces un giro en la forma de pensar es más revolucionario que un desfile de camisetas blancas y puños al aire.
Sin el carisma de otros héroes europeos como William Wallace, Kant escribió un texto en donde dice qué es la Ilustración. La definió como un proceso público que implica cuestionamiento y crítica y que permite pasar de la minoría de edad a la mayoría de edad. Un menor de edad, para Kant, es alguien que, debido a su pereza y su cobardía, no hace uso de su propio entendimiento y prefiere que otros le digan qué hacer; por ejemplo el oficial (que dice ¡adiéstrate!), el consejero de finanzas (que dice ¡paga!) y el pastor (que dice ¡cree!). En cierta medida el texto es una rebelión contra Federico II, rey de Prusia, que dijo “razona lo que quieras razonar pero obedece siempre”.
Para pasar a la mayoría de edad es vital hacer un uso público y educado de la razón, preguntarse políticamente si uno realmente cree en la causa que defiende, y despegarse de andaderas como tutores o prejuicios. Para lograr la mayoría de edad o gracias a esta, se necesita o se adquiere “libertad” que para Kant puede ser civil (se provee) o libertad del espíritu, que se alcanza. Por eso, si un Estado no provee las condiciones para hacer un uso público de la razón, no hay libertad civil, y si sus habitantes están decididos a que otros piensen por ellos, la libertad de espíritu también es inviable.
Cuando escucho a alguien apoyar el tercer mandato de Uribe diciendo que nadie más puede manejar este país pienso en Kant, y en los votantes que a pesar de ser mayores de 18 son menores de edad, y necesitan un líder patriarcal que los defienda y piense por ellos. Aún si Uribe fuera una buena opción, muchos de los que lo apoyan piensan que la continuidad de su mandato mantendrá el país a flote y les permitirá desentenderse de tener que pensar, opinar, o criticar. Hay otros, claro, que apoyan el tercer mandato haciendo uso de su propio entendimiento; lo hacen porque les conviene, pero como casi siempre los beneficiados directamente son pocos, y la gran colectividad lo que quiere es alguien que los ampare en su flojera.
Son esos mismos menores de edad los que tienden a masificarse, a hacer lo que les dicen bajo la premisa de un slogan efectista; ya sea pedir por la paz, sin pensar siquiera en lo que la palabra implica; o blandir un machete a diestra y siniestra porque sí, como sucede en un cuento de Hernando Téllez sobre el Bogotazo: “—¡Viva la revolución!— Yo respondí automáticamente: —¡Que viva!— y, sin saber cómo, me encontré blandiendo el arma poseído de insólita ira. —¡Recoja el machete, miserable!—Ordenó a mi espalda una voz autoritaria —Recójalo o si no yo le enseño a obedecer—Insistió la voz.” Cuando me encuentro con citas como esta, que aunque ficción retratan el proceso mental de muchos violentos en Colombia, pienso que la guerra perpetua del país tiene que ver con la inmadurez de muchos de sus habitantes.
La revolución de Kant se trata de dar un giro, un cambio de perspectiva en el que podamos confiar en nuestro propio entendimiento para discernir entre lo que nos conviene y lo que no, en vez de esperar que alguien ajeno a nosotros, o una entidad abstracta nos diga qué hacer. La revolución de Kant es menos sangrienta que la de las masas furibundas, es una revolución individual que se puede llevar a cabo desde la casa, en bata, en pijama, sin aspavientos ni declaraciones grandilocuentes. Consiste en preguntarnos crítica y honestamente por qué hacemos lo que hacemos, si en realidad Colombia no funciona sin un arriero, si de verdad nadie puede manejar este país, y si este país necesita que lo manejen porque nosotros no nos podemos manejar a nosotros mismos.