Nuestras elecciones políticas se apoyan fuertemente en la imagen que los candidatos proyectan. Una de las bromas más comunes sobre Hillary Clinton se refiere a su alegada capacidad de emascular. Se la ha llamado Lady Macbeth, y hasta se vende por internet un cascanueces dentado con la imagen de la ex -candidata. Obama hizo una excelente campaña y eso no se lo quita nadie pero estos juicios de estilo tuvieron fuertes repercusiones en que Hillary no ganara la nominación de su partido.
A veces parece que el síndrome de la vagina dentada aplicara también para las mujeres porque son pocas las que no le encuentran la caída a sus congéneres más exitosas. El poder y el sex appeal en las mujeres no siempre van de la mano, mientras en los hombres sí. A todas las figuras públicas se las critica, y más si son mujeres porque podemos burlarnos de su vejez, su juventud, su ropa, su peinado etc. Yo me burlo con frecuencia de las gafas de Gina Parody (¿plástico estampado? ¡por favor!) y de las pintas de Dilian Francisca (en las que falta el encanto caleño y la compostura ejecutiva). Tengo que admitir que cada vez que Hillary habla pienso que me está diciendo que me pare derecha y saque la basura. Así puedo continuar con todas las mujeres que de una u otra forma estén en el poder, y no tiene que ver con sus afiliaciones políticas, yo quería que Hillary ganara pero eso no hace que me caiga menos mal.
Paralelamente los medios masivos nos venden una imagen de mujer poderosa que llega en perfecto estado a los 40 (¿cómo?), tiene plata para comprar zapatos de diseñador (¿cómo?) y sale con hombre tras hombre tras hombre sin enamorarse (¡¿cómo? ¿cómo? ¿cómo?!). Con estas mujeres somos más condescendientes, pero claro, estas mujeres no existen.
Versus esta mujer imposible está la mujer poderosa real, que mientras más alto su cargo, más corto su pelo, más bajito el tacón y menos maquillaje, hasta que la diferencia entre ella y sus colegas hombres sea tan mínima que puedan juzgarla por lo que dice y no por ser mujer. Hay una masculinización de la mujer en la política y la academia, porque la minifalda no da credibilidad, y terminamos diciendo, como dicen muchos de la presidenta de Argentina, “mira como está de estirada, debe ser una hueca”. Es casi como si hubiera que borrar todo vestigio de la identidad femenina para poder tomar en cuenta lo que una figura de poder dice.
Digamos que si Hillary no ganó no fue por ser mujer sino porque nos cae gorda, que si hubiera sido otra, más visionaria, alta, flaca, negra, joven, con otro esposo, todo habría sido más fácil, y que la escasez de mujeres en el poder se debe a que no hay muchas con logros suficientes como para lanzarse a presidente. Pero a otra Hillary, una totalmente opuesta, le habría tocado igual de duro, habríamos criticado su elección de marido, sus tobillos demasiado delgados, su frizz en el pelo, su excesiva dulzura. Honestamente, si uno lleva toda expuesto a críticas diarias sobre su imagen ¿por qué querría multiplicarlas exponiéndose al escrutinio del ojo público?
En realidad el gran logro de Hillary es haber tenido los ovarios para lanzarse a una campaña presidencial. Muchas mujeres ni siquiera se lanzan de gerentes, tal vez porque nos han enseñado que mandar no es un valor apetecible y a la hora de escoger entre la bruja castrante y poderosa, pero sola, escogemos a la doncella dulce, acogedora y acompañada.
Jennifer L. Lawless de la Universidad de Brown y Richard L. Fox de la Universidad de Loyola Marymount acaban de publicar un estudio en el que concluyen que hay una brecha de género en cuanto a la ambición política. Las mujeres suelen aparecer por montones como segundas al mando y muchas contestan que es porque no se sienten calificadas para ser las primeras. El estudio mostró que la percepción que tienen las mujeres de ellas mismas en el ambiente político es lo que las detiene, se sienten menos calificadas de lo que son mientras el 65% de los hombres estudiados se sobreestiman (inserten aquí la anécdota de cama que más convenga).
La mujer tiene que entrar en nuestro imaginario como una opción para una posición de poder, y no como una mujer irreal e imposible, o como una mujer masculinizada, sino como un ser humano, que pueda ejercer su individualidad como le de la gana, teñirse el pelo o no, usar escote o no, estar casada o no, y sin que este tipo de variables, totalmente amarradas a los prejuicios de género le hagan zancadilla.
Pedir compasión es ridículo cuando el peor enemigo de todos es el espejo, pero podríamos hacer parcelas mentales y dejar de teñir un discurso político con nuestras pesadillas de mujeres que corren con tijeras. Yo no puedo evitar que el solo nombre de Dilian Francisca me invite a decirlo con sarcasmo, y no creo que vayamos a dejar de criticar a nadie, ¿para qué son entonces las figuras públicas? Simplemente sería bueno que cuando nos burlemos podamos separar cuánto nos chocan los sastres de pantalón de Hillary de sus posturas políticas, porque una cosa es no estar de acuerdo con sus posiciones y otra que su forma de llevarse nos parezca castrante. Una cosa son nuestros miedos a la vagina dentada y otra nuestra opinión sobre las posiciones políticas de alguien.
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