domingo, 22 de noviembre de 2009

El cáliz roto



Publicado el 6 de noviembre de 2009 en la sección de Opinion de ElEspectador.com

La iglesia católica está entusada. No es para menos. Debe ser muy difícil levantarse un día y darse cuenta que ha perdido su discurso hegemónico.

Y es que no ha habido un discurso tan hegemónico como el católico, que se montó desde el comienzo en el bus (barco) de la globalización y con ejércitos de evangelizadores tradujo la Biblia a cuanto idioma pudo, logrando algo así como “El milagro de Pentecostés” vía Guntemberg. Sloterdijk, un filósofo de la globalización, cuenta que tropas papales élite, como los Jesuitas, “cubrieron el globo con una red de devoción al Papa [...]: con una Internet de la sumisión más devota por parte de las lejanías dispersadas del centro. De ahí toman su modelo las modernas sociedades de telecomunicación, que operan a escala mundial.” El catolicismo construyo su apoteósico imperio por medio del mensaje.

Es extraño entonces, que los Jesuitas, que históricamente son los duros de los medios, estén hoy tan descachados y gasten su tiempo en carteles ridículos como el que se colgó en la Pontifica Universidad Bolivariana hace quince días. Decía:

“No te dejes echar el cuento: ni todo el mundo lo hace… ni todo es normal… ni todo se pone de moda… Promiscuidad, homosexualismo, satanismo, magia negra, lesbianismo, drogadicción, alcoholismo. Hay cuentos que te pueden seriamente enfermar.”

El cartel duró solo 3 días porque los estudiantes presentaron la queja obvia: “que se estaban desconociendo sus derechos al incluir la orientación sexual con temas de conductas de riesgo como la drogadicción y el satanismo”. La universidad, entonces, emitió un comunicado diciendo que “la intención de la valla en cuestión no era otra que la de invitar a la juventud a ser objetiva y a hacer el discernimiento correspondiente ante las distintas propuestas que circulan en el ambiente. De ninguna manera se ha querido ir contra la dignidad de las personas que libremente hacen opción por la homosexualidad o el lesbianismo”.

Es apenas obvio que nadie entendió mal el mensaje del cartel, lo que pasa es que dicho mensaje no resuena, es absurdo en el siglo XXI. La Bolivariana puede decir lo que quiera, después de todo se supone que en este país hay libertad de expresión (hasta para los homofóbicos y los confundidos). E so no quiere decir que alguien hoy pueda creer semejante barbaridad como que “el alcoholismo” es una moda pasajera y peligrosa, como los leggins.

De hecho, creo que las generaciones jóvenes colombianas estarían más de acuerdo con un cartel que dijera “Ni todo el mundo es hijo de Dios, ni todo el mundo debe obedecer a la Iglesia, ni todo lo moral es bueno”. Además, Los colombianos hablaremos del gustico, pero no lo guardamos, y sabemos hace mucho rato que los curas practican, si no la promiscuidad, la costumbre de dejar hijos bastardos por ahí. De hecho, el Cancionero de Antioquia (1939), del ilustre paisa, Antonio José Restrepo dice “Si quieres que te diga/ la verdad pura/ yo soy hijo de un fraile/ y nieto de un cura.”

El incidente del cartel, más que ofender a los estudiantes debió romper el corazón de los curas que vieron, de forma palpable, que ese tipo de discursos ya no tienen público. Si la Iglesia quiere mantener su posición como regina mediática se verá obligada a modificar su discurso según los tiempos que corren, o bien, reconocer que la hegemonía los ha abandonado, bogarse unos tragos de vino de consagrar para superar la tusa, y contentarse, felizmente, con un discurso minoritario.