Publicado en la Revista Dominical del periódico El Heraldo, 14 de junio de 2009.
“El Caribe es una contradicción. ¿Qué hay más gótico que Salgar? ¡Salgar es un pueblo gótico!”. Esto me dice María Isabel Rueda, sentada en su apartamento en Bogotá. En las paredes se ven algunas de sus obras, otras de amigos suyos, y de resto, blanco. En el cuarto tiene una foto de su gata, “que se murió hace poquito”, me cuenta muy triste, y que era su hija.
Gótico tropical. La afirmación puede parecer desconcertante, pero empieza a tener sentido a medida que uno habla con María Isabel, tal vez una de las artistas jóvenes más brillantes que ha dado la Costa. Sus obras, insospechadamente, resultan de una crudeza Caribe que desconcierta. “Nacer al lado del mar, descalza, ¿en qué medida nos afecta?”, duda cuando le pregunto si se considera una artista costeña. ¿Qué diablos será ser costeña, más aún ser una artista costeña?, me pregunto yo. Ahora mi consulta parece estúpida.
No hay nada en su obra de las frutas, las negras, las faldas, los colores, la ricura, la pereza, la calle, el calor, los abanicos, que se han venido a asociar con el arte costeño, si es que eso existe, gracias a pintores como Obregón, Grau, Rosario Heinz (con los que se han encariñado tanto los hoteles y las brochures turísticos). Su obra es pálida, un poco lánguida, inmóvil, como con una sensación de eternidad que remite a lo europeo. María no es una costeña dorada y voluptuosa, parece, más bien, un muñequito de Tim Burton.
Pero su obra es costeña. O eso al menos es lo que yo siento. Las dos sabemos que vivir al lado del mar sí la ha afectado. Cuando veo su trabajo, de una forma inverosímil, pienso en el mar. “Desde la Costa se ve la vida diferente”, me dice. “Yo he vivido en Bogotá, y no pertenezco al estereotipo del Caribe, pero sí se ve la vida diferente”.
María Isabel ha reflexionado sobre el estereotipo latinoamericano. En Lo uno y lo otro, una serie de fotografías sobre El Che, retrata gente muy variada con la camiseta del revolucionario. Nos pone a pensar sobre Latinoamérica como un producto, como una marca, y dice: “Nos une lo que nos venden.”
El retrato también fue el tema de una de sus obras más conocidas, Vampiros en la Sabana, que son una serie de retratos de personajes góticos (vampiros) encontrados en Bogotá. Los retratos, en blanco y negro, hablan de lo que sería el título de su revista: Gótico Tropical. Los personajes, hieráticos y blancos, aparecen entre la vegetación de la zona tórrida, y bajo el sol brillante de la sabana.
Las fotos sirven como documento, en este caso son documento de los fantasmas. “Es un chiste”, me dice, “no se puede documentar la fantasía. Estas fantasías existen solo porque tenemos el elemento foto. Pero la foto no es un documento, porque involucra la mirada de quien la toma”. Tal vez en realidad nada puede ser un documento, porque los documentos tienen un supuesto objetivo, que no existe, así que nunca se puede escapar a la mirada.
¿De dónde viene la mirada de María Isabel? Ésta es mi teoría: viene del Caribe.
Más allá es su última exposición en la Galería Casas Reigner de Bogotá. Las fotos, tamaño pliego, parecen hacer huecos en las blancas paredes de la galería. Son ventanas por las que entran soledad, y brisa, calientan el cuerpo y hielan el alma.
Es un tema del romanticismo, pero en caliente. María Isabel dice que se acordó de Friederich, un pintor alemán que mostraba los acantilados y las tormentas, con pequeños personajes torturados, cuyo espíritu era el paisaje.
Una de las fotografías de Más allá, captada en el muelle de Puerto. |
Aquí los torturados son tranquilos bañistas, como los burgueses felices de los cuadros impresionistas. La luz también es luminosa, como en Monet. Por eso las fotos hablan de ser feliz e insignificante, dulce y trágico a la vez. El paisaje se vuelve retrato, excusa y alegoría. |
1 comentario:
Hermosa obra, no conocía a esta artista.
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