miércoles, 1 de octubre de 2008
Ya no hay hombres blancos
Ya no hay hombres blancos, católicos, propietarios, letrados y heterosexuales que pueda presentarle a mi abuela. No es que se estén acabando los buenos partidos, hay mucho morenito ateo que vale la pena. Lo que me preocupa de que ya no me encuentre por ahí tan fácil a este tipo de hombre que es el ciudadano para quien las constituciones del siglo XIX estuvieron escritas y se ha vuelto una minoría, una poderosa minoría. Como su imagen es lo que primero se nos viene a la cabeza cuando nos dicen ‘ciudadano’ se siguen escribiendo leyes para este personaje que está en vía de extinción. Hay constituciones como la del 91 que incorpora la diversidad, pero sigue respondiendo a un modelo francés untadísimo de las ideas de la Ilustración que comparten al trofeo de sala como ciudadano modelo.
La constitución, como se la inventaron, plantea un tamiz por el que sólo pasan aquellas personas cuyo perfil se ajuste al tipo de sujeto requerido por el proyecto moderno (coincidencia mente el mismo que requiere mi abuelita). Este proyecto moderno ha sido reevaluado, porque claro, algunos somos mujeres, o sirvientes, o locos, o analfabetos, o negros, o herejes, o indios, u homosexuales; y esto implica que haya que reevaluar las constituciones.
Revisar el proyecto moderno y dejarlo por escrito es importante porque la palabra escrita construye leyes e identidades nacionales. Por eso el proyecto fundacional de una nación se lleva a cabo mediante la implementación de instituciones legitimadas por las letras, por medio de discursos hegemónicos que nos dicen qué somos, por si la pregunta nos tortura, y tienen como fin domesticar la barbarie, dulcificar las costumbres, contener la violencia.
Me pregunto qué pasa si se plantea un discurso que no trate de domesticarnos ni de borrar la diferencia, que se refiera a lo que somos y no a lo que queremos ser. Imaginarlo me cuesta trabajo pero pienso que hay un primer primerísimo intento en la nueva Carta Magna del Ecuador.
Aunque desde esta esquina no estemos de acuerdo con Correa y su parche, aunque sepamos que tiene intenciones reeleccionistas (frente a lo cual no podemos decir nada porque tenemos una rama en el ojo), hay que admitir que es una propuesta muy interesante. El texto re-funda el país, la Justicia indígena es igual a la ordinaria, dedica largos párrafos a la los derechos de la Pachamama, y de ancianos, embarazadas, niños, discapacitados, enfermos, desplazados y presos. También establece la unión civil entre dos personas sin importar su sexo.
Todo esto, sí, a costa de una serie de prerrogativas presidenciales como el control de la política monetaria que hace que el Banco Central pierda su autonomía, y otras reformas que resultan en un hiperpresidencialismo. Además, la constitución usualmente queda muy bonita en papel y es un poco menos fotogénica en la vida real.
Hay muchas cosas que pueden salir mal con esta constitución, pero se está reconociendo finalmente la fuerte presencia indígena del Ecuador, no de forma condescendiente -tengan por ahí su idioma y estas tierritas y suerte-, si no como fundamento de la nación. En el artículo 387 se dice que es obligación del estado potenciar los saberes ancestrales para contribuir al buen vivir. La constitución prioriza al ser humano, no al capital, y se reconoce la necesidad de vivir en armonía con la naturaleza, promueve la solidaridad y oficializa el kichwa y el shuar como idiomas.
La lógica del Sumak Kawsay es la del “buen vivir”, la de vivir en un ambiente sano, comer bien, tener un espacio de vida, educación, salud, acordes con la realidad, dice Marlon Santi, presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE). Esto suena como un fundamento muy sensato para una constitución. Sin embargo, el “buen vivir” ha sido difícil de entender para los asambleístas, para quienes vivir bien es tener un edificio de 50 pisos, 5 carros, viajes a Europa y Nueva York. Los miembros de CONAIE denuncian que los asambleístas no entendieron, por ejemplo, el modelo económico sigue siendo de explotación de los recursos naturales. No entendieron el rollo ancestral pero al menos lo intentaron.
Tal vez la nueva Carta Magna ecuatoriana no se cumpla a cabalidad, tal vez los términos en que fue redactada no son del todo claros y se prestan para ambigüedades que serán creativamente explotadas por quien le convenga. Pero el hecho de que se plantee un ciudadano plural, el hecho de que se intente incorporar una lógica indígena en la política, son un paso contundente hacia una Latinoamérica que se rija con políticas propias, que claro, fallarán y habrá que corregir mil veces, pero al menos no serán modelos prestados, y no estarán orientadas para dar prelación al buen o mal partido que no he podido presentarle a mi abuela.
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