El Times de Londrés llama a Ingrid Betancourt “la Juana de Arco de la Selva”. El símil no es extraño, mucho menos cuando lo primero que hace ella es agradecer a la Virgen y a Dios, que por medio del ejército colombiano, le dio el milagro de su liberación.
Betacourt, es una mujer colombo-francesa que, como dice la oración “tuvo que afrontar los grandes problemas de su pueblo, una guerra sin cuartel entre hermanos”. Su estadía en la selva le da además una connotación de mártir que hace que un país católico como este la ame aún más.
A pesar de la melosería de la prensa y sus inacabables preguntas retoricas: ¿se sintió mal cuando fue secuestrada? ¿está feliz de ver a sus hijos? Colombia ha visto nacer un nuevo ícono (y en este caso la connotación religiosa aplica) parido de las entrañas de la guerra contra las FARC. Ingrid pasa al imaginario de la cosmogonía popular como una santa que soportó las duras y las maduras por su país. El panteón local tiene ahora a Shakira, a uribe, a Tirofijo y a Ingrid, falta ver quién más podrá alcanzar este estatus, pero para eso hay que paralizar el país… me mantengo a la expectativa.
¿Estoy hablando con sorna? No, claro que no, (Dios no lo permita), tal vez lo parece porque me interesa mirarla más como una estampita que como una mujer. Como estampita es como pasará a la historia. Ingrid tiene todo el potencial estético de un personaje de novela, su carrera política, el amor que le tienen el pueblo francés y el colombiano, su cara alargada y su mirada piadosa, hacen de ella, como bien lo dijo el Times, una Juana de Arco contemporánea.
Los colombianos, ávidos de poner veladoras por aquí y por allá, creerán cada una de sus palabras porque tenemos, finalmente, un personaje incontradecible, cosa que ni siquiera nuestro amado presidente había logrado.
La iconografía católica se caracteriza por alimentar nuestra imaginación con modelos inalcanzables, digamos, la Virgen, una mujer, pura, bonita, buena, prudente, amable… (los adjetivos no alcanzan) sigue siendo un modelo imposible de personificar, su estatus divino se sustenta, precisamente, en que sólo podemos emularla.
En la política colombiana caracterizada por la corrupción, resurge Ingrid como un personaje intachable. Ni siquiera las afirmaciones de la radio Suiza afectan su imagen porque lo importante es que Ingrid esté libre, no cómo. ¿Hubo realmente inteligencia militar? ¿Se dejaron engañar las FARC? ¿Todo fue un montaje? Estas preguntas hacen que el mito de su rescate se ratifique todavía más en el imaginario popular, ¡nada como un misterio para que estemos hablando del asunto eternamente!
Ahora, los demás políticos solo pueden sonreírle y esperar sus favores. La balanza política puede inclinarse con tan solo una sonrisa. Ilustrísimos doctores, organizad la procesión (¿o debería decir la marcha?).
domingo, 6 de julio de 2008
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