lunes, 26 de mayo de 2008

Sara, Lynne y Candy: Dos parte II

Sara, Lynne, Candy, tres chicas le cuentan a MTV porqué se quieren operar las tetas. Sara es una stripper en Las Vegas, vive con una lesbiana travesti, quiere ponerse implantes para ganar más plata. Se queja además de que las tiene caídas (es cierto) y a su novia le preocupa que la deje cuando sea más atractiva pues Sara de por sí ya es una coqueta que dá miedo, de ahí parte su éxito profesional. Uno la detalla y es muy fea, barata, masculina, pero la montan en una tarima junto a un poste y se transforma.

Candy es de una raza indefinida pero tirando a negra. Vive con su hijo y su exnovio (el papá del niño) que opina con demasiada autoridad para creerles que no están juntos. Candy se quiere quitar, nos anuncia, y la cámara baja como para asentir con ella. Todos le dicen, obviamente, que no lo haga.

Lynne es una niña bien con cara de Barbie, toda una damita con cuello de tortuga y pantaloncitos de pana. Se quiere poner porque es muy plana tanto en su pecho como en su personalidad.

El documental es bueno, no toma posiciones radicales y la edición está muy bien hechecita. Yo no quiero tomar posición. ¿No? Pues me salgo de las cobijas, me siento, me paro por un vaso de agua, vuelvo, voy a mirarme al espejo, me regreso. Siento que mi útero se contrae como una uva pasa, sobre todo en las escenas de las cirugías y el post operatorio.

Esto que acabo de describir es mi cuerpo empatizando con las imágenes que veo en televisión. Esa posibilidad de conectarse corporalmente con una imagen es una de las cosas que tanto le sirvió al cristianismo cuando nos brindaba un dios humano, cuyas heridas bastaba ver en los cuadros más realistas para sentir punzadas en las muñecas.

Pero no se trata solamente de eso, tal vez lo que más me angustia es que estas tres mujeres, de distintos estratos y estilos de vida, coincidan en el argumento de que quieren que la ropa se les vea mejor, y concluyen tener una mejor autoestima después de operarse.

No es que las esté criticando. Creo que todas las mujeres hacemos el raro silogismo de “si me veo bien la ropa me quedará mejor, si la ropa me queda mejor seré mas feliz”. Yo también me pregunto si mi autoestima mejoraría sin los pedacitos de carne de más que he encontrado por ahí en mi cuerpo cuando no tengo nada mejor que hacer que revisarme en el espejo.

Esos ratos de ocio de la persona frente al espejo son al mismo tiempo una reafirmación de la identidad de uno, en las muecas, los gestos, el reconocimiento de una imagen que es la única imagen de la cual soy del todo responsable; es también una desarticulación de mi identidad, una fragmentación; digo — podría arreglar mi nariz,— como si mi nariz no fuera parte de mi pie, aunque pensándolo bien mis pies también los podría arreglar.

Puedo llegar a reinventarme del todo. ¿Esa reinvención que vendría siendo? ¿Una catalina 2.o?

No puedo evitar preguntarme por qué Lynne, Sara y Candy se ven tan felices. Hay una parte inmaterial de su salud que mejoró con la operación, modelaron su subjetividad. El yo contemporáneo tiene esta posibilidad, su subjetividad es intrínseca a su experiencia, su experiencia viene de su cuerpo, cuando la corporalidad cambia todas las variables de su subjetividad cambian (de ahí el miedo al abandono que le dio a la novia de Sara) porque el cuerpo, además de ser una masa modelable por la medicina actual, es con lo que se construye la interacción social humana.

Sara es contratada en un club de striptease más caro y elegante ahora que sus habilidades han cambiado de copa y está muy feliz. Candy cuenta como todos sus conocidos le dicen ahora que se ve muy bonita, que si se ha adelgazado. Lynne se va de compras. Tal vez la angustia que siento viene de mi cuerpo diciéndome que no lo corte y que no le haga nada. Mi cuerpo con todos esos pedacitos de más se resiste a ser recortable.

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