miércoles, 26 de agosto de 2009

Curas y venenos: el botiquín de mi bisabuela


Publicado el 14 de agosto de 2009 en la sección de Opinion de ElEspectador.com
Cuando me emborraché por primera vez tenía 14 años. No estoy diciendo nada novedoso, en este país todos, salvo unos cuantos beatos, somos uno beodos.

Según el informe de “Consumo de alcohol en menores de 18 años en Colombia: 2008”, de la Fundación Nuevos Rumbos, un 43.5% de los adolescentes de sexto de bachillerato toman, y la cifra aumenta al 86,6% cuando están undécimo. Según el estudio los jóvenes colombianos empiezan a tomar a los 11 años y el 70% son bebedores activos.

Los riesgos del consumo de alcohol en menores son más que evidentes, pero a mi no me frenaron cuando era adolescente. Mi bisabuela, que conocía las fuertes mañas de la estirpe, me sentó a “enseñarme a tomar”. Me dijo, por ejemplo, que son mejores los tragos puros porque así uno sabe cuánto toma (por eso los cocteles emborrachan más). Me enseñó que, contra la versión de muchos gigolós adolescentes, la ginebra no es “suavecita”.

Creo que la estrategia de Carlotica, mi bisabuela, funcionó porque mi simpatía Churchill-esca por el trago no me ha traído problemas distintos a los que ya sé buscarme sobria. La estrategia fue efectiva por lo siguiente: ella tenía más confianza en la educación que en las prohibiciones.

Y no es un gran descubrimiento que las prohibiciones no funcionan, si no que lo diga Al Capone, ya que pocas cosas han cambiado desde su época. En EEUU el consumo de alcohol en menores de 18 continua aumentando. Estas borracheras adolescentes además de osudas, son peligrosas. Las consecuencias van desde el nefasto drink-n-dial (tomar y llamar) hasta los accidentes, los asaltos sexuales y la muerte.

En respuesta a esto muchos estados en EEUU subieron su edad mínima para tomar a 21 años. John McCardel, un profesor de historia del Middlebury College observó que, a pesar de esta medida, los ingresos a Urgencias en la universidad por problemas relacionados con alcohol habían aumentado en un 84%. Es decir que primero el consumo no había disminuido y que, segundo, la borrachera irresponsable se extendía a mayores de 21.

Entonces el profesor McCardel tuvo una idea, algo así como la versión gringa de la estrategia de mi bisabuela: las licencias para tomar. Al tipo se le ocurrió que en los programas de estudio de bachillerato se incluyeran cursos que enseñaran a tomar. Tal vez no sería sentando a los alumnos a jugar dominó y tomar aguardiente, como hizo Carlotica, pero tampoco dándoles una lora aséptica del asunto, llena de consejos de temperancia y tácticas de miedo. (Difícil intermedio, y yo me quedo con el dominó).

Aprobado el curso los jóvenes sacarían una licencia para tomar, algo así como una licencia de conducción, y el consejo de no usarlas al tiempo. El plan en papel es perfecto, pero uno no aprende a tomar leyendo, y ese es el primer obstáculo para que a McCardel le hagan caso.

Probablemente no le harán caso porque todavía se percibe que la prohibición es el medio más efectivo. ”No lo hagas” se dice (pero sí lo van hacer), así que en realidad la sentencia es un “si lo haces no me cuentes”. Es una linda base para fundar un país lleno de doble moral.

Se educa a los hombres y se prohíbe a las bestias. Al prohibir se trata a la persona como si no fuera capaz de entender. Se tiene la idea de que un menor de edad no entiende, y por eso hay que cerrarle los ojos al mundo. Por principio, si se pensara que el adolescente entiende, se le educaría sin tabúes ridículos y sin esperanzas de que el jovencito sea tan bueno como aparenta ser en las comidas familiares. Para educar a la juventud en un consumo responsable, en ser responsables con el mundo en general, se necesita dejar de pensar que es inocente y prístina, y empezar a verla como es en realidad. Las adolescentes más santas seguro guardan estampitas en el forro de sus contraseñas falsas.

El consumo responsable se trata de educar y no prohibir, de no satanizar, y entender que hay escalas de grises. Se trata de ver a los consumidores como individuos particulares, no imaginarlos como una clase homogénea. Un consumo responsable es extensivo a todo, desde el consumo de ropa hasta el consumo de drogas; consumo responsable es entender que no hay curas y venenos, si no que cada cura, en la medida incorrecta, se convierte en veneno.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

Yo tengo 16 años y aprendi solo a no tomar...me parece una mierda perder el control, tirar el celular de un amigo al piso, llenarme los ojos de queso parmesano, y caerme al piso cada rato.

Muy buen articulo, te felicito por todas tus columnas.

Krose dijo...

La idea es tomar sabiendo como hacerlo, aunque el efecto termina siendo el mismo...un tronco de guayabo.

Anónimo dijo...

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