miércoles, 13 de agosto de 2008

La paloma



Ironía: el cabezote de la telenovela El Cartel comienza con una paloma. Acto seguido arranca un narcocorrido que nos dice que, “como decía mi abuelita, ratón y queso amigos son, el más amigo te da traición”. Tenemos un género de música underground y muy escuchado y además una abuela que va preparando a sus nietos para no tener amigos, una abuela colombiana. Esto señala algo contundente: el tema de la novela está arraigado en la tradición popular. Que sea parte de la tradición popular no quiere decir que nos guste, sin embargo, la telenovela pone en la mira del ojo público, popular y socialmente aceptado de la televisión en su horario prime algo que preferimos mencionar con menos crudeza: el narcotráfico.

¿De qué se trata la cultura del narcotráfico? De señoritas de cuerpos perfectos en bikini, perfectos en una acepción poco naturalista, tipos, unos guapos, otros simplemente gordos, pero eso sí, con pelo en pecho y gafas oscuras, piscinas, grandes casas blancas, grandes camionetas, grandes pistolas, todo grande, menos la conciencia. Se trata de una máxima ética: “Nosotros no somos como los políticos, robamos de frente”, una ética terrible porque el problema, claramente, no es robar, es cómo.

Una producción tan descarnada se nos mete al rancho porque todos hemos visto cosas así, conocemos gente así que a veces llamamos amigos y a veces no. Conocemos a la pareja reina de belleza/modelo-narco que se sustenta en que las mujeres prefieren no saber en qué andan sus maridos mientras tengan suficiente plata para gastar. Nos divierte el lenguaje, reconocemos todos esos acentos tan colombianos, nos aterra un poco que con ese acento se mande a matar tan fácil y se digan cosas con tanta rabia, nos aterra porque, además, parece tan natural, hemos oído estas historias muchas veces.

El Cartel está basada en el libro del mismo nombre, escrito por Andrés López. El escritor cuenta una historia incluso más sórdida que la de su homónimo el cienciólogo: la de los carteles de la droga en Colombia. Martín Gonzales, un joven caleño, entra al mundo del narcotráfico en el que se hace un nombre rápidamente. En el proceso se enamora, quién lo hubiera creído, de una reina de belleza con la que se casa y que se juega sus días de esposa abnegada cuidando los niños en Miami y haciéndose a veces la de la vista gorda y a veces soltando discursos moralistas. Martín, acorralado por la presión de la DEA y al ver que todos sus antiguos socios empiezan a matarse entre sí, se entrega, y sapea a sus colegas. El libro es autobiográfico, pero la novela tiene todos los nombres cambiados (es más fácil hacer algunas afirmaciones desde la ficción).

Lo interesante de ver esta historia en una telenovela es que el género es un fenómeno de la cultura de masas altamente persuasivo, que involucra culturas regionales, locales nacionales y globales del país que las produce. La telenovela es también sus espectadores, por eso, de lo que nos habla El Cartel cuando nos muestra a ‘esos’, es de nosotros. Además la telenovela es una matriz cultural compleja que revela el imaginario latinoamericano y da pie para preguntarnos quiénes somos y qué queremos ser. Si uno mira las telenovelas, desde Café, hasta El Cartel, lo que el colombiano promedio parece querer es salir del hueco. Tanto Gaviota como Martín lo hacen caminando la fina línea de la ilegalidad (malicia indígena que llaman) y ambos, decimos, son unos verracos, pero en realidad estamos hablando de nosotros y de cómo nos gustaría ser.

Queremos ser como Martín, el único capo bueno, aunque eso sea un oxímoron. Pero no sólo queremos ser como Martín, queremos ser los artesanos felices, los jóvenes apasionados con los que la marca-país Colombia es Pasión nos bombardea. Aunque suena incompatible ambos imaginarios son, en esencia, el mismo. Ambos dicen que la pasión es la fuerza motora que guía a los colombianos (gracias a la pasión podemos ser grandes deportistas, presidentes, o capos), que la familia está primero (repiten los personajes más oscuros de la novela), que el colombiano es creativo (para la música, las letras y la forma de matar), que tenemos habilidad recursiva y tenacidad ante la adversidad (para vender minutos a celular o esquivar aduanas). Peor aún, en ambos casos las mujeres en bikini son parte del orgullo nacional.

Lo cierto es que las características que Colombia es Pasión le adjudica al colombiano son las mismas que le adjudica El Cartel, sólo que en un caso son usadas para bien y en el otro para mal. Hay entonces una fuerza que nos aterra y nos enorgullece de nuestra cultura, pero es esencialmente la misma, estamos tan cerca de el colombiano modelo como del malandro, lo que nos enorgullece es lo mismo que nos avergüenza, un intangible que a veces llamamos pasión pero que encontramos en el narcocorrido, en los héroes locales, en los cuentos de las abuelas.

Paradoja: como la paloma no tiene armas, solo un pico débil y unas pequeñas garras, la naturaleza no la ha dotado de control sobre su agresividad, por eso, dos palomas encerradas en una jaula llegan a rasgarse el pescuezo con una crueldad inusitada. La paloma, si está libre, simboliza la paz, pero sigue siendo la misma paloma que en cautiverio puede matar.

3 comentarios:

Stivens Parra Gámez dijo...

Catalaina. Leí tu columna de EL ESPECTADOR: "la felicidad es una pistola caliente". Me honró la lectura de ese texto, tan académico y crítico. Me gustaría conocerte y platicar sobre temas diversos que har´´an crecer mi pensamiento.
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angelchimpancé2 dijo...

La emoción como factor preponderante dentro del triunfo de un colombiano es también un imaginario que se identifica con lo "latino". Ahora mismo estoy escuchando a Rubén Blades, y encuentro en todas partes el lema del hombre trabajador pero cariñoso y guiado por la emoción. Bueno? Malo? Quien sabe... pero parece que nos distinguimos o queremos distnguirnos por la emoción.
Me ha gustado tu blog. Saludos.

Anónimo dijo...

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