jueves, 18 de febrero de 2010

La fotocopia destiñe

Columna publicada el 13 de febrero de 2010 en ElEspectador.com

Como muchos de sus detractores, yo admiro al presiente Uribe. Lo admiro, claro, no por sus ideas sobre cómo gobernar este país sino por su magistral manejo del escenario.

Quedé particularmente anonadada al ver los videos del debate que se dio en la Tadeo el 3 de febrero. Uribe fue interpelado por una mesa de académicos, de mentes agudas y bravas, que no se midieron ni en la fuerza ni en la precisión de sus preguntas: "¿por qué un hombre de su prestigio y de su impresionante credibilidad política [...] aceptó cogobernar como parte de su coalición política con 9 de cada 10 parapolíticos?", preguntó Claudia López; José Fernando Isaza le dijo que "el 58 % de Colombia cree que la oposición no debe tener derechos", y preguntó si en esos casos rige el estado de opinión o el estado de derecho. De todo esto Uribe salió ileso y con aplausos, y sin contestar nada en realidad.

Habló de hechos, aunque no especificó cuáles, se hizo autopropaganda: "se necesitó que llegara este gobierno para que se develaran estos crímenes", "todo es anterior a mi gobierno, mi gobierno no ha sido indulgente con nadie", y coronó con un clásico, el "no se ofusque" pues es muy poco decente que alguien que no sea él se exalte.

El formato de defensa en el debate de Uribe es clarísimo: primero, apelar a la mala educación del oponente, como si los modales tuvieran más importancia que el debate; segundo desviar ese debate con argumentos ad hominem e intercalarse entre el papel de víctima y de salvador, porque claro, antes todo era peor. Eso, salpicado de "cercanía al pueblo" es decir, español chabacán, ha sido la fórmula estrella de este gobierno. Gracias a este formato, casi sin excepción, el atacante se termina defendiendo de Uribe, que se agarra a la palabra como un león.

No es extraño entonces que sus seguidores quieran imitar no solo sus ideas sino también sus estrategias discursivas. Andrés Felipe Arias nos dio esta semana una oportunidad perfecta para evaluar qué tan buen alumno ha sido: se enfrentó a Daniel Coronell en vivo, en la F.M., el 8 de febrero a las 6:06 am.

Dio pesar ver a Arias tratando de defenderse de Coronell. Probablemente no habría aceptado hablar con él de no haber sido por la encerrona de Vicky Dávila. El cuento era que Coronell, en su columna de Semana, acusaba a Arias de triangulaciones y triquiñuelas para financiar su campaña, con documentos de prueba, que pueden verse en la página web de la revista. Arias, como su maestro, decidió no responder directamente a la acusación del periodista y trató de desviar el debate acusando a Coronell de otra vaina, en este caso, de hacer un aporte a la campaña de Noemí en el 2002. Coronell lo negó, Arias dijo que tenía pruebas, y por internet anda rodando un papel en el que Coronell le da $728,037 a la campaña de Noemí, lo que, de ser cierto, no sería un crimen.

Coronell evidenció el truco, le dijo mentiroso, lo interrumpió, hasta logró que Arias especulara que el documento con que acusaba a Coronell podía ser falso. Así como Uribe le dijo a Natalia Springer "no se ofusque, permítame que usté ha hablao.", Arias le dijo a Coronell "calmese hombre que no le queda bien ese despliegue de furia ante los oyentes", y a eso se limitó su defensa porque lo repitió una y otra vez. Como si fuera poco, el debate comenzó con Arias cabizbajo, diciéndole a Dávila que Coronell tiene una ventaja porque "tiene su columna y él la usa" lo que solo puede ser risible en un país donde la pluma nunca ha sido más fuerte que la espada.

El argumento más fuerte de Arias fue tal vez el que afirmaba que todas las acciones de Coronell se debían al "odio que le tenía al presidente" a lo cual Coronell respondió que el interpelado aquí no era Uribe, sino él (Arias) y eso dejó claro que cuando Uribe dice "nosotros", se refiere a él mismo, mientras que cuando Arias dice "nosotros" también se refiere solo a Uribe.

Aquí es cuando uno dice ¡la fotocopia destiñe! Arias, al lado de su maestro, se ve realmente como un pequeño saltamontes, como un insecto brincador, y no entiendo como alguien así quiere darle continuidad a un gobierno cuyo poder reside en el carisma escénico de un presidente. Carisma que Arias no tiene.


La cartelera de los sapos

Columna publicada el 29 de enero en ElEspectador.com

“Hemos tomado una decisión, vincular a través de la Fuerza Pública a mil jóvenes universitarios de Medellín como informantes del Ejército” anunció el miércoles el presidente Uribe. Al parecer la delincuencia de Medellín, en la zona metropolitana, solo puede reducirse con la ayuda de un ejército de sapos.

Los primeros en pronunciarse frente a una medida tan atroz fueron los de la Asociación de Institutores de Antioquia, ADIDA, que agrupa a los docentes del departamento, quienes señalaron que esta medida pone a los estudiantes como blanco de los grupos criminales. Esto último es el problema más inmediato: unos estudiantes que por 100mil pesos van a arriesgar su vida y su buen nombre; como si Uribe pudiera pedir mil estudiantes a cien mil cada uno, y por esa módica suma hacerlos desfilar hacia el matadero, como si fueran ganado.

Según algunos candidatos presidenciales, como Martha Lucía Ramírez, la medida beneficiará a los estudiantes, que por estar sapiando estarán muy ocupados como para consumir drogas, y que por eso, la medida debía extenderse a las comunas, acaso un tris mas salvajes que el área metropolitana, quien quita que bandas de delincuentes y jóvenes sapos se autodestruyan y así el gobierno sale de ese problemita.

Un sapo es una persona que mete la lengua, pega la oreja y manda la mano donde no debe, y es tal vez de lo mas deplorable de la fauna humana. Hay una diferencia muy grande entre denunciar un delito y sapiarlo. Los denunciantes, actúan desde una motivación y una ética propias, su idea de bien es su única motivación, por lo tanto, es una motivación individual. A los sapos en cambio, no puede importarles menos si lo que informan es o no es un delito, lo que les interesa es su beneficio ulterior, esos cien mil pesitos que a duras penas alcanzaran para una rumba y un cuarto de motel, y en el mejor de los casos, para ayudar en la casa, aun cuando conviertan a su familia en blanco de la delincuencia.

Además, una cultura de sapos no es ni segura ni democrática. Genera desconfianza, paranoia, divide, glorifica eso de vender los principios al mejor postor, y el malo no es quien hace algo incorrecto según mis parámetros, sino quien contraviene a quien me paga. Ninguna cultura de sapos ha salido bien parada, invariablemente la gente termina acusando inocentes por los beneficios de la denuncia, pasó en la inquisición, ha pasado en varias dictaduras, y ahora pasará en Colombia, donde ser sapo, en realidad, solo paga para Manolo Cardona.

Infiltrarse es trabajo de los policías, los estudiantes deben estudiar, porque la educación y las oportunidades es lo que acaba con la delincuencia, no los señalamientos. Concentrarse en ser excelentes, en desarrollar un pensamiento crítico y propio, eso es lo que puede mejorar este país a futuro, pero este gobierno no solo no hace de la educación una prioridad sino que además interfiere con su buen desarrollo, porque muchos de esos sapos, no alcanzarán ni a pasar al tablero.



La Trampa es Armando

Columna publicada en la edición de febrero de 2010 de la revista SoHo.

En la azotea de un viejo edificio sobre la 85 queda Armando Records. Se dice que es el mejor bar de Bogotá, el más cool, el más play, el que salió reseñado en una revista neoyorquina por su originalidad, según un mito urbano que corre por ahí. Para ver si tanta maravilla es cierta pasé por allá un sábado por la noche con una amiga, Juanita. En nuestro primer encuentro con los bouncers, tal vez los personajes más memorables del sitio, nos dijeron que no podíamos entrar, que todo estaba reservado. Hicimos caritas, "pero, señor, somos dos niñas". Eso seguido de pucheros, los conmovió y nos dejaron pasar.

A medida que se acercaba la medianoche el sitio empezó a llenarse. La música tiene un volumen decente y se puede hablar, eso es vital porque aquí la gente quiere mostrarse; en el sitio pulula la farsándula publicitaria, que son como los únicos del gremio de carreras creativas que pueden pagar un cover de 15.000 pesos no consumible. Hay que decir que Armando es caro, y es un bar que pide que uno se emborrache, en parte, para que el discurso publicitario coja sentido y los chicos que invitan a tragos parezcan encantadores, y así poder ofrecer una sonrisa sincera al agradecer el refill de whisky.

Los que nos invitaron a tragos se alegran de que todo sea terraza, pues se puede fumar, y se quejan de que no haya datáfono. ¿Y qué es lo malo? Que a la entrada queda La Trampa Vallenata, nos dicen. De salida preguntamos a los bouncers de Armando, nuestros viejos amigos, que ya estaban dejando entrar a gente sin reserva, cuál era el criterio para negar o permitir la entrada. Después de insistir un rato uno confesó el secreto y es que a Armando no entra gente que entre a La Trampa Vallenata. Claro, es que en Armando, como en Bogotá, se está más cerca de las estrellas.

En La Trampa Vallenata, que queda un piso más abajo en el mismo edificio de Armando, no hay cover, y la gente baila pechito con pechito. Parecen felices. Las paredes sudan por el vaho propio de todo sitio de chucu chucu. La mayoría del personal es bien camisiabierto, y también nos invitan a tragos. En realidad nos dan la misma lora que los manes de Armando, con la ventaja de que si aceptas bailar con ellos, se callan.

La Trampa es consecuente y sincera con su propio concepto: un lupanar de vallenato en una calle poblada de menesterosos, ladrones y prostitutas de una ciudad desbaratada y sucia del tercer mundo. Con un bar play en el piso de encima.

Concluyo entonces que el nombre de los chuzos es intercambiable. En La Trampa, casi invariablemente se arma verguero, y Armando es una trampa, en la que cae incauto todo el que quiera inflar pecho, reafirmarse como un clásico de la fauna nocturna bogotana, a cambio de pagar un cover caro que no se justifica con ningún espectáculo más allá de la comedia de jóvenes sibaritas que se sienten en la terraza del mundo cuando bailan lo que estaba de moda hace dos años en Nueva York.armando en cuatro tragos.

Las instalaciones

El sitio es bonito, la terraza es amplia, tiene muchas chimeneas que lo mantienen calientito, acaso demasiado cuando el dancing está en su apogeo. Los baños están limpios y tienen papel, y no hay una señora mirándolo a uno sospechosamente, como en InVitro.

La música

Esta noche el DJ es Armando Gonzales, Armandito digámosle para no confundirnos. Nos contó que la idea de los dueños es que en Armando se ponga rock, en el set de Armandito hay mucho Yeah Yeah Yeas, The Ting Tings, The Killers, MGMT y algunos clásicos de los ochenta. El trago

Pedimos whisky, no había Sello Rojo y nos dieron Something. Al parecer ese es el trago más pedido, o al menos eso dijo la barman. Además del cucaracho, que es un shot de ron, licor de café y brandy, flameados. Un martini vale 16.000 pesos y una cerveza nacional, 7.000.

La gente

Recuerde bañarse y acicalarse. No lleve sombrero vueltiao ni camisa de flores. Cargue tarjetas de presentación, plata y tenga a mano una buena historia de cómo tuvo que decirle a un portero "¿Usted no sabe quién soy yo?" para camuflarse entre la pasarela.

Dirección: Cl. 85 N.O 14- 46, piso 4

Teléfono: 300 552 5430



El me pegó y se sintió como un beso

Columna publicada en la sección de Opinión de El Heraldo el 21 de enero.



El me pegó y se sintió como un beso” dice una famosa canción de 1962 escrita por Carole King y Gerry Goffin e interpretada por The Crystals (He hit me. It felt like a kiss.) “El me pegó pero no me hizo daño, no pudo soportar oírme decir que estaba con alguien nuevo, y cuando lo dije, me pegó y se sintió como un beso, me pegó y supe que me amaba, porque si yo no le importara no lo habría enfurecido, pero me pegó y se sintió como un beso”.

¿Qué lleva a las mujeres a dejarse pegar de un hombre? De entrada, uno diría que por bobas, pero no; hay muchas mujeres, supuestamente astutas, que son maltratadas. ¿Por inseguras?, ¿porque tienen poca educación?, ¿dependencia económica?, ¿emocional?; ¿qué lleva a las mujeres -para que un tipo se quede con ellas- a sentirse tan inferiores a un hombre como para aguantar daños físicos y morales ? Este no es un problema de mujeres poco privilegiadas, pobres, o con familias inestables. Creo que todas las mujeres nos hemos sentido ‘mermadas’ ante un hombre en algún momento. ¿Quién de nosotras, aún la más favorecida, puede decir que nunca, nunca, ha puesto a su pareja por encima de su propio bienestar? ¿Quién puede decir que no ha pasado una ofensa creyéndola una prueba de amor?

Muchas teorías feministas explican por qué los hombres le pegan a las mujeres y no por qué éstas se dejan pegar. La mayoría localiza el problema en la inequidad de género, en un sistema patriarcal y en la idea culturalmente arraigada de que la agresividad y la violencia son propias de lo masculino. Es así como las mujeres confundimos violencia (verbal o física) con virilidad. La sexualidad femenina puede llegar a ser cruel, perversa y masoquista, porque más allá de los traumas individuales, nuestro útero busca al macho Alfa, y nosotras lo confundimos con el que más grita. A todas nos ha pasado, desde la más rebelde hasta la más sumisa.

Casos como los de Alba Inés Reina Soto, Jennifer Paola Arboleda Cortés, Dolfay Rodríguez, Ana Luz Padilla Ponce, Claribeth Bayuelo Varela, Diana Orozco, Delma Goenaga y Clarena Acosta, algunas de las costeñas víctimas de un crimen pasional en los últimos años, me dejan perpleja. No porque me sorprenda que existan mujeres ‘que se dejen’, sino porque reconozco sus sentimientos en mí y en las mujeres a mi alrededor.

“Leela está experimentando la alegría de cualquier mujer: venerar a un idiota despreciable”, dice Bender en Futurama y me doy cuenta de que Leela, y yo, y muchas otras mujeres en el mundo hemos experimentado ese placer enfermo. No se trata de culpar a los hombres, nosotras jugamos con ellos el juego de la sumisión, no se trata de culparnos a nosotras porque tal vez todas las mujeres nos hemos sentido alguna vez inferiores frente a un hombre amado. Tal vez, ser mujer se trata un poco de sentir eso y superarlo. Pero quiero entender por qué lo sentimos. Decir que es problema de unas cuantas es decir que el sida sólo enferma a los homosexuales; es torpe e ingenuo.

Creo que las estadísticas y los perfiles psicológicos no explican el miedo o la reverencia que a veces tenemos frente a los hombres. Y sí queremos que eso mejore debemos empezar a preguntarnos qué es lo que todas tenemos en común que hace que alguna vez hayamos recibido un golpe, y lo hayamos sentido como un beso.

Felicidades pildorita

Publicado el 3 de febrero en el blog de ElEspectador.com

Hoy me encuentro en El Heraldo un texto de opinión sobre la píldora anticonceptiva escrito por, quien sospecho es un sacerdote barranquillero, José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

El artículo es a propósito de que la píldora anticonceptiva está cumpliendo 50 años, una pepa que como él bien dice, inauguró un cambio en la vida de la mujer la familia y la maternidad. Bien señala el autor que la píldora permite que la mujer pueda controlar perfectamente su fecundidad, es decir, nos hizo dueñas de nuestros cuerpos, nos permitió decidir cuándo tener hijos y quién sería su padre, con un medio menos inverosímil que la abstinencia o la dependencia de que un man quiera ponerse condón.

Otaolaurruchi dice que “La píldora introdujo serios problemas éticos y morales en la sociedad de los que aún seguimos palpando su alcance y sus consecuencias. La píldora reforzó la cultura antinatalista que ya se venía gestando desde otras perspectivas políticas y económicas; rompió el vínculo entre sexualidad y maternidad, liberando una y sofocando a la otra; hipotecó el vínculo entre sexualidad y amor, pues expuso a la pareja a la práctica sexual sin mayor trascendencia que su uso, privándola del amor que es lo único que dignifica y humaniza el acto sexual; abrió la puerta a la infidelidad conyugal y los hijos comenzaron a encargarse a la carta, siguiendo las normas del consumismo materialista. ¡Felicidades ‘pildorita’!”

Pienso que la píldora no ha introducido problemas éticos o morales que no tuviéramos ya, antes de la píldora había infidelidad y sexo sin amor, al igual que después, pero gracias a la píldora este tipo de acciones no tienen consecuencias que repercutan en la vida de los demás. Sí, la píldora divorció el vinculo entre sexualidad y maternidad, y yo le doy las gracias, porque la sexualidad es necesaria y la maternidad es difícil, y cuando yo tenga hijos quiero que sea porque me siento preparada para ser mamá, no por un arranque de arrechera.